Voy a ejercer de abogado del diablo,
hecho que, por otra parte, me encanta. Hay una tendencia bastante común a
distinguir entre los best-sellers, o
como se escriba, y la literatura en sí misma. Esto parte de la premisa por la
cual la literatura es riesgo, exploración del alma humana y del sacrosanto
universo de las palabras. Un torrente de innovación continua mediante el cual
la literatura es experimentación como condición sine qua non. Bien, yo estoy de acuerdo con estas premisas, a la
hora de escribir y de escoger mayoritariamente mis lecturas, pero no lo
considero un patrón excluyente de conducta.
Cuando
busco algo para leer, me suelo guiar por todos estos preceptos, mis referentes
son gente del calibre de Borges, Cortázar, Torrente Ballester, Philip Roth o
Juan Rulfo. Sin embargo, cuando termino de leerme algo como Pastoral americana, con sus alrededor de
ochocientas páginas de introspección y culpabilidad me considero lo
suficientemente cansado como para leerme una novelita de Simenon en la que el
inspector Maigret desentraña poco a poco las claves de un crimen. No leo libros
de Ken Follet o Dan Brawn, pero agradezco que existan escritores que conozcan
los mecanismos que enganchan al gran público, así como a veces no me importa
ver una película de acción sin mayores pretensiones. Creo que hay tantas
literaturas como lectores, y sí, existe un criterio de calidad por el que
personalmente me guío, pero en parte envidio a esos creadores de guiones hechos
novelas que se forran con un poco de misterio y otro de polémica. Hay mucha
gente que no quiere complicarse sino entretenerse, y tienen derecho a su dosis
de literatura banal, no por ello innecesaria.
Alejandro
Dumas cobraba por línea, así que le encargaba a sus negros, que los tuvo,
novelones larguísimos en la perfecta combinación entre literatura comercial y
calidad. El entretenimiento no está necesariamente reñido con la calidad. Véase
como ejemplo la saga de Canción de fuego
y hielo, más conocida como Juego de
tronos, a la que dedicaré una entrada aparte, como fan que soy de la épica
de espada y brujería. Estoy de acuerdo
en que si uno pretende leer un libro como experiencia sin igual de la que sale convertido
en alguien ligeramente distinto no va a recurrir a Los pilares de la tierra y sí al Orlando, pero también existen las tardes de verano en terrazas
recogidas o en la playa para acompañar con lecturas ligeras. Además, las
editoriales tienen que vivir de algo y la literatura comercial sirve como
garantía económica para después (aunque eso no suceda siempre) dar salida a
otros escritores con plena intención de cambiar la historia de la literatura.
Como editor, me encantaría dar con un Harry
Potter con el que poder forrarme y así poder publicar sin miedo a tantos
escritores buenos y desconocidos que conozco.
No
pienso que haya libros que no sean literatura, opino que hay libros malos y
buenos, y muchas veces los géneros, en su acepción más a ras de tierra,
albergan joyas como las novelas de Chandler o el antes mencionado Simenon. A
los libros comerciales sólo les pido que su estilo no me cabree, como sí me
pasaba con Los hombres que no amaban a
las mujeres. Por lo demás, a veces no está mal descansar el cerebro.