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martes, 15 de abril de 2014

FESTIVAL DE POESÍA DE LA MEDITERRÁNEA, CAPÍTULO III



CÁRCEL, L’OFF, OFF FESTIVAL, CATACLÌSTICS DISPERSÒNICS

El penúltimo día del festival transcurrió a un ritmo distinto, tal vez porque era el más peculiar o porque yo quería aprehender cada momento que estaba viviendo en Mallorca. Fue el día del recital en la cárcel, el día de los gintonics y el del evento cataclístico, pero vayamos por orden.
            Biel Mesquida siempre nos explicaba, de inicio, el plan para cada día. En nuestro “horario laboral” figuraba, para la mañana, un recital en la cárcel de Palma. Aquel fue el último viaje del poetamóvil. Tuvimos que esperar un buen rato en la puerta, y a cada control que íbamos pasando, con cada puerta que se abría para cerrarse a nuestro paso, aumentaba esa solemnidad opresiva, esa carga de vidas truncadas que parecía enrarecer el ambiente. En el salón de actos, un montón de “usuarios” del centro aguardaban por nosotros. Entre la canción de Roger y la glosa de Mateu, el público carcelario empalizó con el heterogéneo colectivo que formábamos los nómadas poéticos. Tengo que confesar que nunca me había puesto tan nervioso en un recital, quizás por la emoción que nos trasmitió a todos el evento. Se notaba el interés, el agradecimiento por variar un ápice su rutina diaria. Ese agradecimiento lo expresaron verbalmente al final del recital. Yo creo que éramos diferentes tras aquel momento. He de apuntar, por cierto, que tanto Christian Sinicco como Carol Warren me indicaron que las cárceles de sus países eran bastante más precarias. Ya sabían los políticos que las construyeron que tenían grandes posibilidades de acabar dentro de ellas.
            Después tuvimos, en palabras de Biel, un rato de libertad vigilada. Comida y posteriores gintonics con Lucia Pietrelli, Gloria Juliá, Pau Vadell, Mateu Xurí y Maribel, mientras hacíamos tiempo para los actos de la tarde. Workshop de María Jesús y exposición de Rafael Joan, un pintor muy querido en la isla, al que se hacía un acto de justicia con una retrospectiva en Els Baluard. Estos dos eventos me los perdí porque yo soy, ante todo, un cataclìstic.
            Resulta que antes del festival estaban, en mi pequeño universo personal, mi amigo Pedro Oliver, el responsable del diseño de los logotipos y la antología del festival y unas cuantas cosas más que lo dotan de su particular identidad estética. A través de él me puse en contacto con el colectivo Cataclìstics Dispersònics; además, durante años, me llegaban a mi rincón en el noroeste las antologías de anteriores festivales, con lo que el eco del evento mallorquín se reproducía en Galicia.
Nueve años llevan ya (yo llevo unos cuantos menos) realizando su particular fanzine-happening en bienales y festivales. De hecho, que me corrijan si me equivoco, nacieron con este festival. Este colectivo engloba a artistas en su mayoría del Levante, pero hay una conexión gallega de la que a mí me han concedido el privilegio de formar parte. Un fanzine nuevo en cada ocasión, una intervención sobre el mismo en vivo y en directo, una fiesta con gran componente artístico… después de todo, uno de los lemas de los Cataclìstics es que nunca están todos los que son pero siempre son todos los que están.
            A media tarde, algo nublado por los gintónics de la tarde, me dirigí al Cabaret Galactic para ayudar en lo que pudiese en la intervención del fanzine. Estaban Pedro y Susi, de Palma, Óscar y Salvia, de Valencia… y más, por supuesto. Allí pasamos la tarde, convirtiendo cada fanzine en una obra única.  Todos iguales pero todos diferentes. Después, la cena y la posterior fiesta cataclística en el mencionado Cabaret.
La fiesta consistió en el off festival, dado que carecía de financiación oficial. Off, l’off, setze, sexe… eran los lemas del fanzine en la convocatoria que nos había reunido en torno a él. Fue una fiesta mágica, diferente, en la que recitamos poemas y cantamos canciones. Al mismo tiempo, se adornó todo con videoproyecciones marca de la casa, a las que se sumaron dos videopoemas de Dionisio Cañas. 
            Aquella fiesta dio lugar a un momento único, el cruce entre la glosa y la regueifa (eso es fusión y lo demás son tonterías) que hicimos Mateu, Maribel y yo. Creo que de tomárselo en serio me machacarían.
            Con el cierre del Cabaret conocimos la noche mallorquina, algo vacía de gente, pero siempre a nuestra disposición. Allí empezaba la parte gamberra del festival, la que en realidad daba por hecha. Había que madrugar, sí, pero no siempre se puede domar a los poetas.

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