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miércoles, 4 de abril de 2018

DE LAS COSAS DEL LEER: LA LITERATURA COMO DIÁLOGO

Siempre que compro libros lo hago pensando en escribir, y al mismo tiempo siempre que escribo lo hago con mis lecturas bien presentes, como si fuesen las baterías con las que hago caminar el motor de la creación. Hasta ahora todo tan claro, tan tópico como que la creación literaria es una continua prolongación de lo que hay, de lo que se ha leído. Escribo esto mientras miro mi estantería llena de libros y otros tantos ejemplares me gritan desde las cajas de la mudanza que me compre de una vez una estantería. Me gusta imaginar a los libros dialogando unos con otros, contándose sus secretos, como si compartiesen recetas de cocina. El concepto de originalidad es tardío, propio del Romanticismo, período en el que, me temo, todavía vivimos, dentro de una pátina de postmodernidad que queda muy cuca. En el medievo los autores se imitaban unos a otros sin pudor y no pasaba nada.
Borges presumía más de ser un gran lector que un gran escritor, aunque yo creo que esto último lo sabía. Uno puede rastrear la tradición en las obras de los buenos escritores, incluso en la de los que hacen saltar en pedazos el sistema literario de una patada. Para lograr la ruptura tiene uno que haberse encontrado con algo que romper. Además, como juego esdivertido, para qué negarlo. Así, ahí continúan mis libros hablando unos con otros: García Márquez hablando con Faulkner, Borges con todos, incluso con algunos que ni existen, los heterónimos de Pessoa hablan entre ellos y al mismo tiempo con toda la tradición poética occidental mientras montan en el tranvía veintiocho. Quevedo, mientras, discute con Góngolra y ambos hablan con Garcilaso y Boscán. Detrás de cada escritor hay, en fin, un niño que leía mucho.
En 2016, en Argentina, condenaron a un profesor universitario, Pablo Katchadjian, por publicar una versión de El Aleph con un añadido de 5600 palabras a la que tituló El Aleph engordado; en 2011, María Kodama forzó a retitar de las librerías El hacedor (de Borges) Remake, de Agustín Fernández Mallo. Parece ser que con Borges no se puede dialogar, o lo que me parece más obvio, con María Kodama, su sempiterna heredera. Me encantaría haber conocido la opinión del genio argentino sobre algo que él mismo había hecho tantas veces. Es mejor versionar los clásicos, que nunca se quejan, como a Homero en el caso de Ulises o la mitología nórdica en Tolkien. 
Yo, por mi parte, saqueo textos para crear los míos, porque para eso me he metido en esta rueda. Uno de mis pasatiempos favoritos cuando leo, y el de los profesores de literatura, es encontrar las referencias que hay en las obra literarias. Es algo así como analizar la química de la literatura, la materia prima con la que se construye su arquitectura. Porque contamos la vida, sí, pero lo hacemos a través de un relato que otros han empezado, como si tecleásemos lo que la tradición nos susurra al oído con nuestra propia voz, si algún día la encontramos.